Ante un número muy reducido de invitados, el demócrata Joe Biden ha jurado su cargo como cuadragésimosexto presidente de los Estados Unidos con una gran llamada a la reconciliación.
Su discurso ha tenido algo de catártico.
Ha reconocido las múltiples heridas abiertas en un país fracturado. Las causadas por el extremismo político, el supremacismo blanco y el terrorismo doméstico. Y se ha comprometido a curarlas.
También ha respondido a la calurosa bienvenida de los Gobiernos europeos: Restaurará, ha dicho, los lazos con sus aliados tradicionales, tras la etapa aislacionista de su antecesor.
"Hoy celebramos el triunfo no de un candidato sino de una causa. La causa de la democracia. Pocas personas en la historia de nuestra nación se han enfrentado a más desafíos y han encontrado un tiempo más difícil que en el que estamos ahora. Un virus que aparece una vez en un siglo que acecha silenciosamente al país se ha llevado tantas vidas en un año como las que perdió Estados Unidos en la Seguna Guerra Mundial. Un grito por la justicia racial de 400 años nos mueve. El sueño de una justicia para todos no se volverá a aplazar".
Han asistido al acto los expresidentes Bill Clinton y George Bush. Kamala Harris y su marido, el nuevo segundo caballero, han despedido afectuosamente a Mike Pence, a quien releva. Una tarea que le hubiera correspondido a Donald Trump si no se hubiera ausentado de la ceremonia en este histórico desplante.
Luego, ha aparecido en escena Lady Gaga, con un voluminoso vestido de la casa francesa Schiaparelli, para entonar el "Barras y estrellas". Había anunciado que quería llegar directamente al corazón de todos los que viven en su país. Era otro canto a la unidad.
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