La agencia de la ONU para las migraciones acude a los lugares de paso para dar asistencia humanitaria a unas personas que de repente se encuentran “con tan solo una bolsa llena de sueños”, como explica una de ellas.
María, de cinco años, está de pie en Aguas Verdes, un pueblo fronterizo de Perú, cerca de Ecuador, sosteniendo una manzana y una sonrisa que desafía todas las dificultades que ha tenido que enfrentar. La historia de su familia es un reflejo de muchas otras historias de personas que han tenido que irse de Venezuela a causa de la situación económica.
Rosa, la madre de María, comparte la desgarradora historia de su viaje desde Venezuela, impulsados por las dificultades para acceder a alimentos y a medicamentos esenciales. Tomaron un bus a través de Venezuela hasta que llegaron a los brazos del padre de César que las esperaba del otro lado de la frontera en Colombia. Ahora la familia se está dirigiendo a Lima con la esperanza de poder forjarse allí un futuro mejor.
“Muchos de nosotros de repente nos encontramos con tan solo una bolsa llena de sueños a los cuales tuvimos que aferrarnos mientras buscábamos trabajo e intentábamos reconstruir nuestras vidas”, dijo Francis, el padre de María, sentado en un Punto de Asistencia y Orientación en medio de una pila de bolsas con sus pertenencias.
200 venezolanos al día
Unos 200 venezolanos cruzan la frontera de a pie cada día, buscando destinos en Perú y en otros lugares. La familia de César forma parte de este grupo de personas. El influjo diario de migrantes aumenta el riesgo de violencia sexual y otras amenazas, y también existe el peligro de no tener acceso o tenerlo limitado a cuidados de la salud y otras necesidades básicas.
Estos “caminantes” que viajan cientos de kilómetros a pie, desafían peligros que van desde el acecho de grupos criminales y traficantes que controlan la región hasta peligros naturales, que son particularmente graves en el caso de jóvenes mujeres y familias con niños o niñas pequeños. Muchas personas caminan y piden aventón durante meses a lo largo de caminos montañosos que conectan a ciudades como Bogotá, y Lima, con Santiago de Chile y La Paz.
Encontrar un espacio seguro para la asistencia
Cada día los equipos de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) brindan asistencia vital a los migrantes en tránsito por medio de la distribución de alimentos, agua, kits de higiene, e información acerca del camino a seguir.
“La gente no tiene que venir a nosotros, nosotros vamos hacia ellos", explica Pedro Balladares, oficial en terreno de esta agencia de la ONU, mientras asiste a los migrantes en camino. “Las personas están en una situación muy difícil. Han viajado muy lejos”.
La OIM está también brindando asistencia en Aguas Verdes y en otros puntos fronterizos del país, permitiendo una rápida evaluación de las necesidades de las personas y una respuesta a medida, mientras se trabaja con otros actores para coordinar de manera efectiva las tareas humanitarias.
Perú es el segundo mayor destino del mundo para los migrantes y refugiados de Venezuela (1,5 millones). La frontera norte es el principal punto de acceso para estas personas, uniendo a Aguas Verdes con la ciudad ecuatoriana de Huaquillas.
En 2023, más de 162.000 migrantes y refugiados, principalmente de Venezuela, ingresaron a Perú a través de esta frontera, en tanto que casi 120.000 personas se fueron a través del mismo cruce. Para algunos se trata de tan solo una parada en el camino hacia el norte rumbo a México o los Estados Unidos, o hacia el sur rumbo a países como Bolivia y Chile.
Anhelando el regreso al hogar
En la desolada amplitud del Desierto de Atacama, en donde el implacable viento del Océano Pacífico azota el paisaje, las familias como la nuestra, compuesta por José de 42 años, su esposa Nirma, y sus dos hijos, están buscando refugio debajo de albergues temporales, cubiertos por frazadas que los protegen del sol abrasador en la frontera meridional de Perú lindera con Chile.
Esta familia ha hecho un extenso recorrido de cinco horas. Pero el total del viaje les insumió dos meses, habiendo cubierto cerca de 5.000 kilómetros desde que partieron de a pie desde Venezuela. Atravesaron cuatro cruces fronterizos durante ese viaje.
“Fue la primera vez que enfrentamos inclemencias climáticas tan severas. Este segmento sin duda alguna ha sido el más desafiante”, dice José, que trabajaba como profesor de escuela secundaria en Venezuela y que ahora muestra señales de haber sido quemado por el sol y se lo ve receloso ya que sin duda alguna tener que enfrentar condiciones tan hostiles le han pasado factura a esta familia de cuatro integrantes.
En medio de la vasta soledad del desierto, cientos de migrantes y refugiados, sobre todo de Venezuela, esperan poder cruzar desde Perú a Chile o viceversa. Entre esas personas hay familias con niños pequeños, madres que están amamantando, y menores descalzos que juegan en la arena del desierto, con sus vidas marcadas por la resiliencia y la incertidumbre.
Lejos de la familia
Pero por debajo de las cifras pendulares y de las rutas migratorias se encuentran las personas reales que experimentan las realidades de la vida en movimiento. Para Kevin, de 36 años, el llamado del hogar es abrumador y lo hace desear el regreso. Kevin había viajado con su esposa e hijo a Chile para buscar trabajo en 2017.
Con el transcurso de los años, mientras su familia crecía, los recuerdos del hogar y de los seres queridos seguían estando allí al igual que el deseo de retornar a Venezuela.
“No he visto a mi madre, a mis abuelos, tíos o tías, en seis años. Todavía no han conocido a mi hijo”, señaló haciéndose eco de los sentimientos de muchos migrantes mientras recibían asistencia de parte de la OIM en la frontera sur.
Hay otros como Erwin que ha logrado ahorrar dinero mientras trabajaba en un restaurant de comida rápida en Chile y había estado planeando el viaje de regreso al hogar desde el año pasado.
“Nuestras raíces están allí; es el lugar en el cual nacimos y en donde hemos vivido durante toda la vida. Es el hogar de nuestras familias y amigos de la infancia, y esperamos poder volver a encontrarnos algún día”, dijo acompañado por su leal mascota cuya presencia hizo que el viaje se volviera mucho más tolerable.